Inhumanismo de nuevo siglo un título de Jesús Peñalver
30 de agosto de 2014
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En El Metro de Caracas, al darle unas monedas a un ser humano, lisiado de piernas él, en respuesta a mi gesto, me dijo: “que Dios se lo pague”. Sería el Supremo quien me pagaría por el simple acto caritativo que tuve.
Esa escena la vemos a diario, como prueba evidente de que el socialismo colorado no ha sabido ni podido afrontar el tema de la miseria que cargan consigo los indigentes, pobres seres de nuestro país.
Muchos de ellos aún siguen recorriendo las calles de la ciudad: niños, mujeres, preñadas algunas, indigentes todos; deambulan sin saber a dónde ir, y esta triste realidad debe llamar la atención de la sociedad en general, principalmente del Estado y de sus órganos encargados de atender la asistencia o desarrollo social.
Suena iluso, quizá quijotesco, pero a aquel gobierno que se ufana de ser humanista, no solo dista de serlo, sino que propicia situaciones que llevan a estos seres al abandono. Veamos:
La indigencia constituye una realidad que está ante nuestros ojos; no se trata de ornato público, es una de las tantas miserias humanas que debe ser atendida con verdaderas, contundentes y decididas políticas públicas capaces de dar respuestas oficiales con eficacia y eficiencia. Un pueblo que no tiene hambre sonríe y es libre.
Es triste ver a tanto pordiosero, tanto indigente y sobre todo niños y jóvenes, y madres con sus hijos en los brazos como cobija, lanzando candela por la boca, intentando limpiar parabrisas con sus rudimentos, vendiendo galletas o simplemente con la mano extendida o portando un envase cualquiera en espera de alguna limosna.
El drama es nacional, y uno ve y sabe que Venezuela tiene riqueza, es una nación noble, que recibe ingresos económicos suficientes, tan suficientes que alcanzan para ayudar a otros países.
Existe una población carente de lo más elemental, muchos pobres, muchos indigentes, quizá debido a la falta de instrucción o de oficio, ignorancia, conductas viciosas personales o familiares, y la falta de instituciones que se ocupen de socorrer a quienes están en peligro. Son seres humanos, insisto, que integran una creciente legión de personas que viven en la calle.
Vivir en la calle implica no tener espacio propio, es andar con lo puesto, casi desnudo, es no tener lo más mínimo como ropa, calzado, cobija. ¿Cuántas veces los hemos visto con repugnancia? Cuando buscan entre los desechos vasos y botellas con restos de bebida y comida que otros echan a la basura, cuando alcanzar un mendrugo de pan en las pilas de desperdicios se ha convertido en una proeza para estos tristes seres.
Los factores que producen la indigencia son tan variados y complejos que sólo un Estado con verdadera vocación de servicio, puede combatirlos en toda su magnitud.
Claro que hay miseria y desde luego, un pésimo gobierno que lleva en el ala el plomo de la ilegitimidad de origen, y que en su ejercicio vemos, para desdicha de la población, la ilegitimidad muy marcada en su espurio ejercicio.
Decía el poeta Andrés Eloy Blanco, que “Venezuela no caminará en tanto no se ponga en las manos de su pueblo un pan del tamaño de su hambre”.
Ello no significa promover el facilismo, el hedonismo, lo material por encima de los valores del espíritu, pues sería indiferente a este terrible problema social. La indigencia debe enfrentarse con entereza, decidido empeño y verdadera disposición, pues de suyo este mal social implica pobreza y necesidad de muchos compatriotas.
Formidable sería un “Estado Bienestar” o una sociedad de abundancia, y no está visión obtusa del socialismo que pretende llevarnos al empobrecimiento de todos, retrotraernos a etapas ya superadas en lo político, social y económico, lo cual debe ser analizado y rechazado por la mayoría de los venezolanos.
Rechacemos esa estructura social basada en la economía de subsistencia, la propiedad colectiva, el desarrollo “endógeno”, la igualación hacia abajo y el reparto comunitario de bienes en un marco de escasez.
Jesús Peñalver es abogado
Columnista de Opinión
penalver15@gmail.com / @jpenalver
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