Bendita Jueza Alaya
27 de junio de 2013
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El más grande fruto de la justicia es la serenidad del alma Epicuro |
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Y digo bien, escribidor. Ya que aún estoy pendiente de que, después de tanto tiempo sin escribir, las musas regresen y retomen su obligación de inspirar, cuanto menos, los dos primeros renglones de textos, digamos, más creativos.
Mientras tanto me conformaré, y bien que vale la pena, con ejercer de escribidor y tratar de denunciar las atrocidades que se están sucediendo permanentemente en mi pobre país, antes llamado España.
Bien sabe el Divino que igualmente de lo inevitable de mi retirada temporal, sólo temporal, ha sido mi permanente deseo de regresar cuanto antes a mi faceta de analítico denunciante.
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Mientras tanto me conformaré, y bien que vale la pena, con ejercer de escribidor y tratar de denunciar las atrocidades que se están sucediendo permanentemente en mi pobre país, antes llamado España.
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Ni tan siquiera es posible eludirla con la utilización de la indolencia y el pasotismo que impera como una moda impuesta por el marianismo más despreciable; aderezado por el “buenismo”, más bien imbecilidad supina, heredado del nunca suficientemente odiado Zapatero.
Y si bien es cierto que las palabras que uno esgrima puedan parecerles a algunos exageradas, seguramente cambiara inmediatamente de opinión si le recordamos, entre otras, la conocida y nunca bien entendida “trama de los ERES andaluces” o, el caso Bárcenas, sin dejar a nuestro paso los malolientes casos de la familia Pujol, el del Palau de la música catalana, o Bankia y sus preferentes.
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Estos, convertidos por mor de los votos en el poder legislativo, elegirán, para mayor gloria de sus intereses bastardos, al poder ejecutivo, para llevar a cabo sus felonías, y al poder judicial, para cubrirse de manera obscena las espaldas.
Sé, perfectamente, que las generalizaciones son injustas por demás. Pero es tal el incontable número de mangantes políticos, o viceversa, y las mareantes cifras que se pueden barajar en todas y cada una de las felonías por estos cometidas, que sólo cabría la posibilidad de salvar a aquellos que avergonzados de tanto mangante suelto, colega suyo, abandonaran las filas de los partidos y se desvincularan de esa casta, si es posible dejando un claro testimonio de denuncia. |
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De otro modo, y a tenor de la magnitud alcanzada por los delitos cometidos, lo dicho, la denuncia de toda una casta, si es que ofensiva se percibe, de ningún modo es injusta, ni gratuita.
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