Gabriel Albiac: Lo que viene

27 de abril de 2020

Fantaseamos cuentos




Ya no es ayer». Ni retornará el ayer de antes del virus. El regreso es un autoengaño de los hombres. Cuyas vidas son sólo grumos de tiempo. Irreversible. Nadie regresa al punto de partida: regresan sus fantasías.

Vivir en la fantasía pospone el choque con lo real. No digo que posponer no pueda consolarnos. Pero el consuelo es una droga adictiva. Acomodarse en ella es renunciar a la cuota de tiempo que nos queda y a la cual llamamos vida.

«Ya no es ayer, mañana no ha llegado, / hoy se está yendo sin parar un punto. / Soy un fue, y un será, y un es cansado…». Quevedo trueca en prodigio poético una intuición antigua. Y, si apela a un Heráclito cristiano, es porque sabe hasta qué punto todo cuanto nos conmueve arranca de aquellos griegos que afrontan la anonadante paradoja: hablar sobre el arte de hablar. Entender así cómo este que habla es, en cada instante de su decurso, otro. O que -en metáfora a la que su fortuna trocó en tópico para mejor pasar a olvidarla- «en el mismo río no nos bañamos dos veces».

El torrente del tiempo hace ilusorio el regreso a paraísos perdidos. Puede que la melancolía -ése, tal vez el más humano de los sentimientos- exprese nuestra inconfesa constancia del fracaso. Añoranza de un volver que nadie logra, salvo inventándolo en nuestras solas eternidades: arte, música, literatura… Todo lo portentoso del espíritu humano se teje en la materia de ese imposible, al cual Shakespeare llama «tela de sueños» y en cuyo tejer se agotan nuestras vidas, apenas lapso de un letargo.

Fantaseamos cuentos para después del coronavirus: nos llamamos a reanudar con el pasado que tuvimos antes. Pero nada es igual cuando retorna: tantos de los que estaban no estarán, y nosotros seremos otros. Después de un cataclismo, no acude nuevamente el viejo mundo en el cual querríamos reconocernos. Acude uno para el cual no estamos preparados. Ni advertidos siquiera. Y en el alzar aviso y precauciones se jugará que ese mundo sea infernal o habitable.

Del siglo XX debiéramos los europeos haber aprendido eso. Después de la Gran Guerra, no retornaron los brillos de la Belle Époque: vino el gélido vendaval totalitario. Después de la segunda guerra, llegó el largo equilibrio armado de las democracias, al cual llamamos guerra fría y que fue para Europa el tiempo de la euforia. Después del coronavirus, nada será como antes. Y todo será posible: bueno o malo.

Lo malo ya se apunta -lo malo suele tomar siempre la delantera- en la intuición del líder populista, al cual una socialdemocracia idiota dotó de peligrosos medios. El envite de Iglesias contra el Poder Judicial anticipa la batalla de los tiempos que vienen: la de la apuesta totalitaria contra una división de poderes sin la cual no hay democracia. Iglesias sabe -no sé si lo sabe Sánchez- que nunca volverá a tener una ocasión como ésta: en las crisis, el tiempo se acelera. Y vence quien acierta a cabalgar el vértigo de aquellas quevedianas «presentes sucesiones de difunto». Tampoco en eso hay retorno.

gabriel-albiac-2017-creditosGacriel Albiac, catedrático de Filosofía de la Complutense. Ha obtenido los premios González Ruano, Samuel Toledano y Nacional de Ensayo. Su último libro es «Blues de invierno»



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