Devociones… José Gregorio De La Rivera

27 de abril de 2014

José Gregorio de la Rivera



Hace aparecer lo perdido

Casa merideña
José Gregorio De La Rivera  vivió y murió en la ciudad de Mérida,  Venezuela, en la época colonial.  José Gregorio De La Rivera provenía de una familia pudiente de la ciudad de Bogotá.   Es posible que sufriera de esquizofrenia;  estaba casado con Josefa Ramírez,  mujer muy hermosa y de abolengo,  a la cual celaba en una forma enfermiza.  En una ocasión ella huye y se refugia en un convento  ubicado en el lugar que hoy ocupa la Plaza del Llano, por el temor que le tenía a su esposo,  hombre  joven, muy fuerte y violento.

José Gregorio De La Rivera se dirige al convento a solicitar que le entreguen a su esposa, las monjas se niegan a ello (entre las mismas habían familiares de Josefa Ramírez), Gregorio De la Rivera le profiere palabras ofensivas, groserías y se dirige a la capilla donde se encuentra  el Capellán del convento, Vicario y Juez Eclesiástico de Mérida Dr. Francisco De Peña y Bohórquez  quien también  se niega a entregarla, pues la señora está protegida por ésta orden religiosa.

José Gregorio de La Rivera entra en ira y asesina al superior e inmediatamente huye en su brioso caballo y escapa del lugar.  Sin embargo,  sucede algo extraño, que después de estar un día y una noche escapando por los campos y cerros de esta montañosa provincia, cuando vuelve en sí de su arrebato de locura, se encuentra que  está exactamente enfrente de la Iglesia Mayor de Mérida.  Gregorio De La Rivera escapa de nuevo y se esconde en las montañas.  Tiempo después regresa y se entrega a las autoridades donde fue juzgado  y condenado a muerte.

Tiempo después se le aparece a una monja en Bogotá y le hace una revelación, que él tiene el don de hacer aparecer las cosas perdidas.  Empezó a ser un alma venerada, pues la gente le pedía para conseguir los objetos y las deudas que las personas daban como perdidas.  Ello   llegó a conocimiento del Papa, quien le concedió  este don.

José Gregorio de la Rivera 2Oración a  José Gregorio De La Rivera

“Santificado José Gregorio de La Rivera, tú que fuiste predestinado por el mártir del Cerro de Gólgota y luego confirmado por el Vaticano, para que fueras el guardián de la hacienda de tu devoto, el custodio de su dinero, de sus joyas y piedras de buena suerte y el don de hacer aparecer los objetos perdidos que nos hace pagar las monedas que nos adeuda. Conociendo esta virtud de las que has sido investidos acudo a ti para pedirle este favor…..Te imploro me concedas este favor por obra y gloria tuya, amen”.

Mis relatos sobre  José Gregorio De La Rivera me los contó mi abuela  Eumenia, cuando era un niño.   Ella le profesaba una gran devoción;   siempre me hablaba de  los favores que a ella y a muchos vecinos les había concedido y,  puedo afirmar que  también soy un gran devoto de él y me ha concedido grandes favores.

Por ejemplo,   una vez en el Aeropuerto de Maiquetía al chequear mi pasaje para viajar a La Fría y entrar al lugar de embarque,  me di cuenta que había dejado en el mostrador de chequeo el bolso con toda mi documentación y un arma.   Inmediatamente le imploré que me lo cuidara, que no me dejara perder el bolso y regresé al lugar donde se me había quedado y allí lo encontré, no había nadie en los pasillos ni en el mostrador.

En otra oportunidad   iba de La Grita a San Cristóbal a cancelar una deuda  y, dicho pago estaba sujeto  a que  una empresa de transporte  me cancelara unos honorarios profesionales que me adeudaba y cuya directiva había sido renuente a pagármelos.   En el camino rece a Gregorio De La Rivera y le pedí con mucha fe.  Llegue a la compañía, me conseguí al Gerente General, me senté en su oficina y le dije que iba por mis honorarios y el automáticamente me hizo un cheque, el cual tome y me fui directamente al Banco y con él cancele mis deudas.  Al salir del banco recibí una llamada del Gerente  de la empresa de transporte que me dijo, ¡Ya  depositaste  el cheque!  – Le pregunte  ¿por qué? – Y él me contesto – Que tenía problemas por haber emitido ese cheque.  Los otros directivos le solicitaron que lo anulara.  – Le respondí –  ¡Ya no  puede ser!  – Pues ya lo cobré y se lo deposité al banco.  Considero que esto fue algo muy bonito     que me favoreció Gregorio de La Rivera.

José Gregorio de la Rivera VelónJosé Gregorio De La Rivera  me ha concedido muchos favores.  Una vez cuando era estudiante de la Universidad Central, salgo de clases a eso de las 10,30 de la noche, me acerco donde había estacionado mi vehículo, una camioneta nuevecita y cuando  voy a buscar las llaves para encender el vehículo e irme, no las conseguí.  Me senté en un murito y pensé en José Gregorio De La Rivera y le pedí con fervor que me ayudara a ubicar las llaves, pues no podía dejar el vehículo en la Universidad  por los problemas propios de la delincuencia.  En esa época no había celular para llamar y buscar las copias de las llaves.  Allí pasé más de media hora y de repente se aproximó  un joven estudiante y me dijo ¡Esa camioneta es suya!  – sí,  es mía! –  Se me han extraviado las llaves. 

El me respondió: – A las 6 y media iba al estadium a hacer mi rutina de ejercicios, cuando pase por aquí vi la camioneta con las llaves pegadas, se las quite y me las lleve.  Regrese a donde estaba el vehículo, dando vueltas esperando al dueño del vehículo para devolverle el manojo de llaves.  – Le di las gracias al joven y a José Gregorio De La Rivera, lo acerque a su casa y le regale un dinero que cargaba,  pero más que todo le di las gracias a Gregorio De La Rivera.

Podría llenar muchas cuartillas de los eventos que me han sucedido y en los cuales solicite su ayuda.   Señaló que  en el pueblo de El Táchira era y quizás hoy sigue siendo muy venerado.   En Mérida estuve en  ocasión al funeral de un profesor de la Universidad, del cual éramos muy amigos y estando en la Iglesia Del Llano en un acto religioso, cuando el padre pide por las almas, menciona a Gregorio de La Rivera.  Le pregunte a la profesora Idalba, esposa del profesor fallecido que  si ella sabía quién era Gregorio De La Rivera. – Me contestó que no  – Le conté los dones que tenía y al pasar como dos meses me llamó y me dijo ¡Fortunato!  “-  Sabes lo que me ha pasado  – Mi hija  Idalbita se graduó en la universidad de arquitecto y hace unos seis meses se le perdió su anillo de graduación.  Me acorde de ti y de lo que tu habías dicho de Gregorio De La Rivera, le prendimos un veloncito, le rezamos y el mismo día conseguimos el anillo en la sala de baño.  Estaba en una media”

Para finalizar y no hacer tan larga esta historia les voy a contar lo siguiente: 
Cuando trabajaba en la Consultoría Jurídica de la Policía Metropolitana mi asistente el Sr. Hernán Salvatierra me comentó  un día que su esposa se había graduado de arquitecto en la Universidad Central y ella era oriunda de Altagracia de Orituco y un día viniendo de allá, en un autobús que la trasladaba para Caracas, el mismo fue asaltado por unos malhechores y le robaron el equipaje y entre ellos se encontraba el título de Arquitecto.  Habían hecho gestiones en la universidad para conseguir una copia, ya que lo necesitaba presentarlo en el Ministerio donde trabajaba,  para optar al cargo de arquitecto y así  percibir su prima como profesional. No obstante, era muy difícil que le suministraran una copia con rapidez, le dije porque no le prendes una velita a Gregorio De La Rivera, para que le hiciera aparecer el título y no hablamos más de ello. Al pasar como un mes y medio un día lunes llegó muy contento y me comentó ¡tú no sabes lo que ha pasado!  – ¡el sábado pasado llego una comisión de la Disip a la casa de Altagracia de Orituco y le llevaron el título a mi esposa y le pregunte como fue eso!  – Me contestó  que la policía hizo un allanamiento y entre las cosas que consiguieron estaba el título de ella;  pero lo más increíble es que se hayan molestado en ubicar la  dirección y habérselo llevado hasta este pueblo lejos de donde fue recuperado que fue en los Valles del Tuy.  Le  mandamos a decir una misa y le garantizo a usted  que no nos olvidaremos de José Gregorio De La Rivera.
Con esta narrativa pienso haber sido muy justo, no he mentido en lo que he dicho y podría pasar horas y horas contando favores de esta milagrosa alma.
 

Fortunato Pérez Rey

A. Fortunato Pérez Rey
Abogado 



 
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