Marianne Kohn Beker mujer y venezolana enorgullecedora
24 de noviembre de 2015
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En el auditorio de la Universidad Monteávila de Caracas, fue entregado el Premio Mujer Analítica 2015, auspiciado por la asociación Civil Mujer y Ciudadanía y el Centro de Estudios de la Participación Ciudadana de la Universidad Monteávila.
El premio fue otorgado este año 2015 a Marianne Kohn Beker, doctora en Filosofía y una venezolana excepcional que en un país convulso y acosado por la violencia y el mal está al frente de la Fundación Espacio Anna Frank organización que se dedica a promocionar el respeto y la tolerancia.
Marianne Kohn Beker, culta, serena, amantísima de sus orígenes judíos y del país que fue por mucho tiempo ejemplo de hermandad y fraternidad entre razas y credos, agradeció el galardón y ofreció en las sencillas palabras que solo los muy instruidos pueden componer, la esencia de la gratitud, del orgullo y la generosidad.
Aquí sus palabras este pasado lunes 23 de noviembre de 2015
Señor Doctor Francisco Febres Cordero Carrillo, Rector de esta valiosa Casa de Estudios Superiores que es la Universidad Monte Ávila. Dr. Joaquín Rodríguez ex Rector de la misma y admirado amigo. Arquitecto Aixa Armas y Profesor Luis Martínez, muy queridos amigos, ella incansable trabajadora a favor de los derechos de la mujer y digna representante de Asociación Civil Mujer y Ciudadanía y él, director del Centro de Estudios de la Participación Ciudadana, ambos responsables de tenerme aquí ante ustedes en estas lides. Comienzo por decirles que no puedo dejar de preguntarme por qué soy yo la elegida entre tantas conciudadanas tenaces por su dedicación y logros. Desde muy joven me he sentido sumamente orgullosa de ser mujer, porque si existe un país donde la mujer se ha destacado más, es Venezuela. Las universidades reciben cada año más aspirantes femeninas y estudian carreras como Medicina o Arquitectura que en otros países son muy pocas las mujeres inscritas. Y no solo estudian carreras profesionales sino también las ejercen con ahínco y dedicación, a pesar de que en su gran mayoría no dejan de ser esposas y madres abnegadas, a veces siendo las solas encargadas de conducir sus hogares, empeñadas en cubrir las necesidades de descendientes y progenitores ancianos. Esto es así hasta en los círculos más humildes. En segundo lugar no merezco reconocimiento alguno por lo que he hecho o hago porque mi país, Venezuela, no me debe nada; en cambio yo le debo todo. Hija de padres inmigrantes que huían del antisemitismo europeo, mis padres no hubieran podido darse el lujo de enviar a sus hijos a seguir estudios superiores. Mis hermanos y yo recibimos toda nuestra educación gratuitamente: escuelas federales, liceos oficiales y Universidad pública. La UCV, en los casos de mi marido y el mío, también sufragó todos los gastos para nuestros estudios de postgrado en el Exterior. A nuestro regreso, obtuvimos allí también nuestros cargos y gracias a sus préstamos con bajos intereses pudimos adquirir nuestra vivienda propia. Sé que esos privilegios fueron siendo cada vez más escasos y que hoy en día uno de los esfuerzos más urgentes por devolvernos estas oportunidades de superación deberían ser ejecutados en el campo de la educación. En tercer lugar, y no menos importante, los hijos de extranjeros aprendimos a amar este nuestro país cuando nuestros padres lo comparaban con los países de su procedencia. Aquí nunca sintieron mis padres prejuicios o discriminación. Una vez oímos decir a mi padre que se graduó en la Universidad de La Guaira y cuando le dijimos “pero papá si no había ninguna Universidad en La Guaira” nos contestó riendo “es que me llaman Doctor Kohn, y yo no puedo sino contestarles que doctor se hace, pero señor se nace”. Cada vez que mi abuelo llegaba a la playa señalaba que el Paraíso no podía ser mejor. Había suficientes motivos para que los extranjeros consideraran a Venezuela como una “Tierra de Gracia” Para mantener vivas estas conductas espontáneas de hospitalidad, y fraternidad nos reunimos, en el año 2006, con la intención de transmitir a las nuevas generaciones estas muestras de solidaridad y responsabilidad social que han caracterizado al ciudadano venezolano y que circunstancias externas de distintos órdenes, amenazan con debilitarlas. Esta preocupación se transformó en ocupación cuando fundamos EAF. Nos pareció que Ana Frank, cuya vida fue truncada antes de convertirse en mujer, constituía por una parte, el mejor ejemplo de lo que no debía haber ocurrido jamás y sin embargo sucedió y por la otra, de esa capacidad extraordinaria que tenemos los seres humanos de encontrar fuerzas para superar las dificultades y triunfar sobre el mal con tal de que nos lo propongamos. Desde sus inicios y a medida que ha pasado el tiempo, se han seguido sucediendo acontecimientos que nos dan cada vez más la razón de la imperiosa necesidad de reforzar el respeto mutuo y la valentía moral, para hacer lugar a la solidaridad. En estos momentos tendencias extremistas están abocadas precisamente a lavar los cerebros de los más jóvenes, justamente quienes deben ser los garantes de un futuro mejor. Unos son las víctimas y otros los victimarios en los disturbios cada vez más sanguinarios y frecuentes propiciados por estados autocráticos que desprecian los derechos humanos. Es hermoso lo que tratamos de hacer, pero es solo un grano de arena que se consolidaría si la educación se enrumbara hacia la implementación de los principios que nos permitan finalmente convivir en paz todos los seres humanos a pesar de las diferencias. Solo así podremos asegurar la ayuda al más necesitado y el ejercicio de la justicia para todos-
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