Gabriel Albiac: La tentación del siervo
21 de abril de 2020
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Un inmenso pensador dialoga al final de su vida: es una larga entrevista que recorre su azarosa biografía, por igual de aventurero y de sabio. Su interlocutor toca un punto desasosegante: usted ha dicho que el siglo XXI será el siglo de la religión… En la voz rasposa de André Malraux, el oyente de esa grabación palpa casi la sonrisa aristocrática del hombre que se decía demasiado inteligente para creer en nada y demasiado inteligente para nada despreciar. Responde: tras el derrumbe de todas las investiduras sobre las cuales proyectó el siglo XX sus alternativas a la muerte de Dios, es verosímil un brusco retorno de lo sagrado. Lo sagrado no es ni religión ni creencia. Es su fundamento: la constancia de la paradoja que hace que ante lo primordial, nuestra muerte, sólo nos quede el silencio. Porque, en el seco axioma de Epicuro, «cuando yo no ella, cuando ella no yo». Lo preocupante, dice Malraux, es qué forma revista esta vez lo sagrado: trascendente o mundana, estética u homicida.
![]() André Malraux |
Malraux había vivido la peor variedad de sacralización del mundo: el salvacionismo histórico. Al cual él sirvió en sus años jóvenes y contra el cual él luchó durante el resto de su vida. Se llama totalitarismo. Y se cifra en la certeza de un Estado que, sabiéndose llamado a traer el paraíso, se legitima para pagarlo al precio de cualquier aniquilación. Sin límite. Aniquilación mental que reduzca a los ciudadanos a siervos, sí, pero también la aniquilación física que llevaba a Zinoviev a postular, en 1918, la ejecución de un diez por cien de la población rusa para consumar el final asalto al cielo.
La muerte fascina a quienes creen en su destino histórico. Saben que, en esa ebriedad de muerte, estallará el sinsentido de la vida. Y saben que, frente a tal estallido, el miedo humano disparará la exigencia de esperanzas. Saben, en suma, que quien logre jugar al unísono con su esperanza y su miedo hará siervos a esos hombres atónitos. Así se forjó el nazismo, la religión pagana que prometía un hogar sagrado a los hijos de la Alemania en riesgo de aniquilación conspirativa. Así se forjó el stalinismo, en una Rusia trastrocada en monstruoso paraíso en tierra. Así fueron puestos en marcha los grandes anhelos de obediencia y servidumbre que habitan en el recodo oscuro de la mente humana. Así retornarán siempre. Nada nos hace mejores que los hombres de entreguerras. Ningún privilegio -ni moral ni intelectivo- tenemos sobre ellos. La tentación de ceder al jefe nuestros destinos en tiempos difíciles es la misma. Y nuestro deber de resistirnos a esa tentación, idéntica. Porque ceder a ella es aceptar no ser un hombre libre. O sea, un hombre.
Vuelvo a la biblioteca. Malraux, 1951: «El humanismo no es decir: lo que yo hice ningún animal lo haría. Es decir: hemos rechazado lo que en nosotros quería la bestia, y queremos recuperar el hombre en todos los lugares donde sólo hemos hallado lo que lo aplasta». Es decir «no» a quien exige pagar la salvación en servidumbre.Gacriel Albiac, catedrático de Filosofía de la Complutense. Ha obtenido los premios González Ruano, Samuel Toledano y Nacional de Ensayo. Su último libro es «Blues de invierno»
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