Sapos anónimos… Un título de Jesús Peñalver
19 de octubre de 2014
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Ante el hecho bochornoso de estos Tonton Macoute devenidos en maduros tontos, personas inescrupulosas que excretan perversión por su enanismo interpretativo, de complejos insuperables y de escasez intelectual; que creyéndose amparadas en el anonimato se dan a la tarea de vomitar toda clase (sin clase) de insultos en las redes sociales contra quienes pensamos distinto, he decidido pergeñar esta nota, dando la cara y la conciencia, pues no hacemos comparsas ni tenemos alcancías en los corazones ni tarifas en la dignidad.
Sus discursos no son más que engañosos mensajes panfletarios, repletos de insultos frases hechas, manidos recursos lingüísticos, eso sí, los sapos anónimos siempre intentan copiar al líder de la manada.
Por la actitud de estos borregos, conviene señalar que en regímenes democráticos, es deber como servidor público informar sobre la veracidad de los hechos que se denuncian o de aquellos sobre los cuales se tiene noticias. Incluso, es deber de todo ciudadano o administrado denunciar cualquier delito.
Muchas son las ofensas, y casi siempre falseados e inexactos los datos o informaciones que se mencionan en esos espacios, incluso en pasquines que hacen circular en oficinas públicas o privadas, fuera de las redes sociales.
Pareciera que el poseso no tiene interés alguno en aclarar los infames señalamientos allí contenidos, bien porque se trata de eso, de escritos apócrifos, que como es sabido, en ellos se ocultan los cobardes y lo ruines que no son capaces de afrontar una denuncia por carecer de base, y solo obedecen a fines inconfesables.
O sencillamente se trata de grupetes de sapitos comunicacionales que croan y croan y croan, y luego pasan por taquilla a retirar la tarifa y tomarse la foto.
Es de cobardes el artificio del anónimo, nada serio. Quienes lo usan se envilecen y es propio de los que no tienen razón, de aquéllos que solo persiguen mancillar la honorabilidad de las personas, que niegan alevosamente la posibilidad de rectificación, si fuere necesario, de corregir errores, si se cometieren o de subsanar omisiones.
Sé de muchas personas que se abstienen de emitir opiniones, pues temen caer en las “redes” de estos alacranes que, supuestamente haciendo uso ilimitado del derecho de usuarios, desde el más absoluto anonimato profieren insultos y venenos contra quienes se atreven a escribir, a musitar una palabra o trinar un tuit, en el caso de la red social Twitter.
A la práctica sistemática del gobierno de ir cercenando la libertad de expresión, lo que se evidencia de cierres de espacios (Tv y emisoras de radio), supresión de publicidad, ataques a la empresa privada, persecución y acoso a los periodistas, sospechosa adquisición de medios, y un largo etcétera, se suma esta práctica macabra, cobarde y odiosa de los tontos anónimos que agreden, insultan amenazan, y en fin, contribuyen o inducen en cierto modo a que se imponga algo que es más grave que la censura: la autocensura.
Causa tanto daño el sapito espontáneo o patriota cooperante, como el espía pagado.
No hay forma mejor de zanjar las diferencias que el diálogo, el debate de las ideas; pero quizá ello no sea entendido por la claque que se cree dominante, protegida y avalada por el poder. Por tal razón entiendo a quienes dejan de escribir, bien en diarios (los que quedan) o en las redes sociales, porque la verdad sea dicha, los sapos tontos y cobardes anónimos llevan ventaja.
Cobardes, no hay nada que les defina mejor, cayaperos, lanzan piedras desde la turba del anónimo que les resguarda.
Quienes persistan en las reiteradas ofensas, no podrán quitarnos por lo menos el derecho a sentir vergüenza ajena.
Quédense allí, en el anonimato, tontos. Nosotros aquí, sin miedo ni odio. Quizá con una profunda arrechera y cada quien la expresa como mejor prefiera.
Jesús Peñalver es abogado
Columnista de Opinión
penalver15@gmail.com / @jpenalver
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