Gabriel Albiac: Horas extremas
18 de mayo de 2015
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En las horas extremas abunda la metáfora. Nadie en estas elecciones votará por motivos municipales. Ni, aún menos, autonómicos. La votación del próximo domingo alegoriza, en la cabeza de los votantes, la imagen de lo que traerán las generales. Dentro de pocos meses. Eso está en juego: la metáfora del poder cercano. Todo el poder. No un concejal más o menos.
Los programas locales de los partidos no interesan de verdad a nadie: ni un sólo ciudadano se tomaría la molestia de salir de su casa por folletos fantasiosos que todos saben que ninguno cumple; la experiencia en eso es larga. Poco o nada cuentan los nombres ni los rostros de los empíricos candidatos. Salvo que alguno de ellos es el caso de Aguirre en el ayuntamiento de Madrid pueda aparecer como según le vayan las cosas verosímil futuro aspirante a presidir la nación. Los demás candidatos existen sólo como porteadores del retrato del jefe. Que es lo único que el elector identifica. La mayor inteligencia de los populistas consistió en ajustarse a eso en las pasadas elecciones europeas y poner en la papeleta, como logotipo, el muy reconocible perfil capilar de su caudillo. Fue, naturalmente, un éxito. Eso es todo lo que cabe en un populismo: fervor al amo.
En las horas extremas. Porque todos sabemos que es en eso en lo que estamos. Desde que llegó al poder de un modo tan extraño Rodríguez Zapatero en 2004, se inició el desmontaje de la estructura constitucional de 1978. Pasaron más de once años. Con tres y medio de un Rajoy que sólo ocupado por las urgencias económicas no logró dar marcha atrás a uno solo de los artefactos de relojería que fueron diseñados, después del 11-M, para ir dinamitando todo el sistema institucional. Hasta el colapso que va a consumarse ahora en una escena política sobre la cual la nación y los grandes partidos se desmigajan.
Las municipales y las autonómicas dibujarán el mapa fragmentario en rigor, más rompecabezas que mapa de una España imposible de gobernar. De una España imposible de administrar. De una España imposible. Y todos quedaremos a la espera de que las elecciones generales trasladen ese rompecabezas a la máquina completa del Estado. Entonces, lo de Grecia será nada, comparado con el batacazo económico que habrá de seguirse en una España cuyo Estado se paralice.
En rigor frío, queda una alternativa. La que habría impuesto ya su lógica en cualquier país con un mínimo de tradiciones democráticas. Ante el riesgo de quiebra nacional, pacto de Estado y gobierno de concentración son respuestas automáticas. Porque sólo hay eso o el suicidio. PP y PSOE pueden aún dar ese paso, aunque los tiempos les son cada vez más adversos y los riesgos más altos. Y ese paso requiere cirugías previas: amputación de los miembros gangrenados en ambos partidos. Es un drama crucial, sobre todo, para el PSOE en Andalucía. Pero, si la banda delictiva que allí operó durante casi cuarenta años no es disuelta, España entera se irá a pique. Es el envite. Son horas extremas.
Gabriel Albiac
Catedrático de Filosofía Universidad Complutense de Madrid
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