Jesús Peñalver: Del salario mínimo y del salario

17 de octubre de 2015

Salario mínimo



 

Les contaré “algo humilde pero necesario”, como diría el grande Rafael Cadenas en uno de sus poemas.

El teatro Teresa Carreño se inauguró el diecinueve de abril de 1983, y al mes siguiente, el veinticinco de mayo, era una mañana lluviosa, ingresé a trabajar allí por el salario mínimo mensual de entonces: mil quinientos bolívares.

Con esa cantidad, créanme, pagaba universidad y residencia y me quedaba, de modo que puede usted amigo lector, con un simple repaso o leve ejercicio comparativo, precisar en cuánto o cómo se ha deteriorado el poder adquisitivo del venezolano, que hoy, aquel ingreso no alcanza ni para pagar la cesta básica, mucho menos para cubrir aquellos rubros señalados.

Advierto que uno tiene que librarse del autoelogio, pues hablar de uno mismo siempre será chocante, y cuando se trata del propio currículo, debemos hacerlo o esbozarlo con mucha discreción, a sabiendas de que podemos incurrir en enojosas referencias, so pena de que nos puedan llover críticas poco amables.

Cuando esa barbarie roja que está aposentada en Miraflores y sus voceros agoreros se ufanan de haber aumentado el salario mínimo, no sé cuántas veces en tal o cual período de tiempo, ello solo puede entenderse como que no han sabido administrar el erario, que sus políticas económicas han sido harto desacertadas, y que del patrimonio público solo han hecho la piñata que a palos han ido destrozando y cada cosa que cae va a sus bolsillos.

La experiencia personal contada ab initio ha sido como aporte al conocimiento de la historia reciente, no tan lejana, de esa etapa que la peste roja ha dado en llamar “la cuarta república”, y para que quede constancia en la memoria siempre frágil de la persona humana, que si bien entonces había confrontación política e intolerancia, estas circunstancias jamás se compararían con el desastre que instauró el delirante golpista y que la usurpación sucesora se empeña en continuar.

Ingresé al teatro en año electoral, nadie me pidió carné ni me requirió sobre simpatía o militancia política. Y para los aumentos subsiguientes de salario, no había que esperar el antojo del gobierno de turno, sino el resultado de las evaluaciones pertinentes.

Hoy no cabe duda, estamos en una clara y alarmante constatación de que vivimos en un desolado infierno bolivariano, y a pesar del drama, en estos tiempos difíciles y sombríos, coloreados de un rojo alarmante, vale la pena esperanzarse

Salario o dádiva
Lo que resulta francamente inaceptable es que se haga creer al pueblo, sus gentes, que son ellos en pleno, reunidos en asamblea, los que tienen la potestad de decidir en áreas tan especializadas como la economía, la salud, la infraestructura, el aumento del salario, y en general, en la distribución del presupuesto de la Nación.

Esto es inaceptable porque conceptual y políticamente es un esperpento, y porque sencillamente es mentira. Todas esas decisiones ya vienen cocinadas y comidas, y solo resta informar al pueblo de sus desaguisados.

Como el inefable Elías Jaua, quien ha admitido que no sabe si podría vivir con un salario mínimo en Venezuela. Y luego señalado que su último ingreso como ministro rondaba los 11.000 bolívares mensuales. ¡Mentiroso!

Cuando renuncié a la Fundación (teatro) Teresa Carreño en noviembre 1989, año post electoral, mi salario era de 12.140 bolívares, nada despreciable, pero mis intereses personales y profesionales me imponían tomar otros rumbos.

De modo que la mentira es connatural al chavismo, a esa forma grosera de hacer política. Mentirosos compulsivos son.

Los corruptos y pillos podrán lavarse las manos, pero nunca la conciencia porque hasta allá no llega el agua ni el jabón. El mentiroso se va haciendo una cáscara de cinismo y nada le entra. Pero hay que decirle claro: Usted es un mentiroso.


Jesus Peñalver foto 2015
Jesús Peñalver es abogado

Columnista de Opinión
penalver15@gmail.com / @jpenalver







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