Un sapo en la cabeza
17 de junio de 2012
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Poca gente está conforme con el pelo que tiene. En la familia, por ejemplo, la mayoría tiene el pelo castaño, aunque mi hermana salió rubia, y hay gente con el cabello negro, pero eso sí, todos, absolutamente todos lo tienen lacio, aguao, sin el menor asomo de una onda. Por supuesto, han gastado fortunas en rizárselo, igualito a lo que pagan por alisárselo, los que lo tienen chicha.
Mi primera permanente fue bastante temprano. Como a mamá le encantaban los bucles, cuando yo iba a ir a alguna fiestecita, ella me ponía rollos para ondularme el pelo, pero al poco rato, entre brincos y carreras, inevitablemente el muy terco volvía a la forma que la naturaleza le dio. La oportunidad de verme como ella quería llegó por fin cuando yo tenía 7 años, con ocasión de un viaje a Italia, donde me iba a ver por primera vez toda la parentela. Mi mamá se dejó de escrúpulos por mi poca edad y me mandó a hacer tremenda permanente, de manera que me le presenté a mis abuelos, tíos, primos, etc, con aquel cabello hermosamente ensortijado, tal cual una Shirley Temple, pero de pelo oscuro. A los meses, mi pelo creció, el greñero pasó a la historia por obra de las tijeras de la peluquera del barrio, y la familia italiana conoció mi verdadero yo, con mi pelo corto e irremediablemente liso.
La textura del pelo es genética, pero sospecho que la pasión por uno u otro tipo de pelo también lo es: yo no la tengo, pero mi hija sí la heredó de su abuela. Desde niña, siempre se quejó porque en lugar de sacar el pelo crespo del papá y mis ojos azules, tiene los ojos marrones de su papá y mi pelo liso. Tanto dio que cuando por fin tuvo con qué ir y pagar su peluquería fue y se lo onduló. Santo remedio: el resultado la curó de su inconformidad porque desde entonces no ha vuelto a lamentarse de su largo, oscuro, sedoso y liso pelo de veinteañera.
El pelo nos refleja bastante: las muy conservadoras se peinan siempre igual; las más aventureras a cada rato se lo cortan distinto, experimentan colores y se peinan diferente. Por desgracia, el pelo, lo mismo que todo lo demás, también envejece: se debilita, se ralea y lo peor, encanece.
Las canas son el coco, el horror, porque te alertan que te estás poniendo viejo. Claro, aquí se aplica aquello de “si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca” y uno va, compra su igotint, se pinta el pelo y aquí no ha pasado nada… por unas 3 o 4 semanas, cuando al crecer el cabello, las canas vuelven a asomarse, sobre todo por los lados de las patillas, delatando nuestra verdadera edad. Las canas son el peor de los sapos.
Mara Comerlati
Periodista venezolana
zapata.mara@gmail.com
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