El decálogo de Pinocho por Alberto García Reyes

16 de noviembre de 2019

Pedro Sánchez Pinocho




La verdad en la política actual está más acotada que los pagos de recibos en los bancos. Horario restringido. Los martes de 8 a 9. Los abrazadores de España han cerrado la ventanilla de la sinceridad y han conseguido tener menos palabra que Harpo Marx. Podemos fiarnos de ellos menos que de los trileros porque los trileros son los dueños de los cubiletes y de la bola. Los políticos, en cambio, nos timan con nuestras propias cartas.

De hecho, la única afirmación veraz del decálogo de gobierno que han firmado los pinochos es la de la pasta, en la que no tienen una opinión y la contraria dependiendo del día que haga. Pedro Sánchez cree en la unidad nacional y en el Estado de las Autonomías cuando hace sol, pero como se nuble la tarde pasa a defender la nación de naciones. Este trastorno bipolar, este espíritu ciclotímico que nos impide saber cuándo miente, afecta a la unidad territorial, a la educación concertada…, a lo que sea. Sánchez es un experimentado embustero porque se engaña a sí mismo, está plenamente convencido de sus propias falacias y pronuncia con el mismo rictus «no es no» que «sí o sí».

Eso le otorga un poder invencible, le da demasiada ventaja contra quienes tenemos un poquito de vergüenza. Miente sin apuro, con una serenidad borde, siempre con gesto hierático. Es un genio. Un perito de la trola.

Pero en su afición a las patrañas ha encontrado un gregario perfecto, igual de hipócrita, con el que coincide en una sola verdad: su amor por la destrucción a través de la distribución de todas las miserias, la económica y la intelectual.

Pablo Iglesias y Pedro Sánchez Pinochos
La cópula de Iglesias con Sánchez confirma aquel apotegma genial de Miguel Hernández que decía que «la abeja es la secretaria de la rosa». La picadura será inexorable. Pero esto es lo que hay. El PSOE sí puede pactar con un partido de fundamentos antidemocráticos, un partido anticonstitucionalista que propugna la destrucción del régimen del 78, una peña de amigos de los independentistas financiada por homófobos que lapidan a las adúlteras. Para este PSOE en cuyo espejo ya no se ve ni Felipe González, a quien ayer se atrevió a darle lecciones nada menos que su paisano Gómez de Celis, de profesión pasillero, repartirse el gobierno con quienes vitorean a Bildu es progreso. Porque hay que ponerle dique al fascismo, que empieza en Ciudadanos -qué digo yo, empieza en Rodríguez Ibarra-, aunque sea yendo a pedirle la llave del Gobierno a un condenado por sedición. Mejor dicho, aunque haya que hacer un intercambio de llaves: Junqueras entrega la de la Moncloa y Sánchez la de la celda de Lledoners.

El plácet que el delincuente dio ayer al progreso desde la cárcel venía ya implícito en el punto nueve del decálogo de Pinocho. «Garantizar la convivencia en Cataluña». ¿Cómo garantizan la convivencia quienes reciben las pedradas? Sólo hay una forma: dando la razón a quienes les apedrean.

En el dictado de Primaria que han firmado, los abrazadores añaden que «se fomentará el diálogo en Cataluña buscando fórmulas de entendimiento y encuentro, siempre dentro de la Constitución». Pero, claro, esto lo firma un señor que se ha referido en público a nuestra Carta Magna como «aquel papelito de 1978» con otro que dijo que así no dormiría. Los mismos que le hicieron una moción de censura a Rajoy por corrupción y el martes, cuando salga la sentencia de los ERE, dirán que la corrupción es ya una cosa antigua. Porque estos farsantes sólo dicen la verdad cuando están callados. Y lo mejor de todo es que esa verdad por horas es, además, la verdad absoluta frente a los que piensan distinto.

Estos personajes han conseguido aquello que también reclamaba Hernández para los próceres de la España en ruinas de su tiempo: «Algún día habrá que levantarle hombres a sus estatuas».

Alberto García Reyes
Articulista de Opinión


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