Antonio Sánchez García: ¡El Poder, idiota!
16 de enero de 2015
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Ninguna originalidad: creo haber usado ese título – ¡El Poder, idiota! – en más de una ocasión. Pero como dijo André Gide, el Nobel Camilo José Cela lo escribiese en el ABC de Madrid un 24 de agosto del 79 y Rafael Poleo convirtiese en leit motiv de su columna, “todo está dicho, pero como nadie atiende, hay que repetir todo cada mañana”. De allí la necesidad de repetir una frase que constituye el meollo de la política y su problema central: la política es la lucha por defender o conquistar el Poder. Todo lo demás es intrascendente. Y puestos en el centro del problema del poder como cuestión esencial de la política vuelvo a repetir otra frase que debiera ser repetida cada mañana desde que Carl Schmitt la formulara hace 92 años, dando en el clavo de dicha pugnacidad: “la política es el enfrentamiento amigo enemigo”. Pues el Poder no admite sino acuerdos esenciales o enemistades perpetuas.
Cuando Chávez, el último mohicano de la clase política venezolana – todos los otros, con tres escasas y estrictas excepciones de todos conocidas, son buhoneros y mercachifles del trapicheo de intereses – hizo alarde de la tan mentada guerra asimétrica, aparentemente se refería a las fuerzas y las armas en combate. En verdad quería decirnos algo tan sencillo como que la guerra que él estaba librando, por lo menos de su parte, marcaba una asimetría insalvable: lo suyo era combatir por el Poder. Para ver si realizaba sus sueños. Lo de sus contrincantes, mercadear bastardos intereses. De allí que dirigiese esa guerra de victoria en victoria, con singular éxito, mientras la oposición se arrastraba de elección en elección y de derrota en derrota, hipnotizada por la zanahoria del vicio inveterado de la politicastrería nacional: votar, volver a votar, seguir votando.
Hay, desde luego, maneras y maneras de defender el Poder o hacerse fuerte en los bastiones ocupados. Para esto último, Clinton supo que la clave del Poder era mantener a flote la economía norteamericana. De allí el famoso letrerito que pusiera sobre su escritorio como recordatorio perpetuo de su tarea central durante sus años de gobierno: “la economía, idiota”. Chávez, de haber tenido que elegir un letrerito que le recordara permanentemente su bitácora de ruta, hubiera tenido que escribir “las elecciones, idiota”. Pues nada desconcierta, engatusa, ilumina, seduce y atrae más a un demócrata venezolano que unas elecciones. Exactamente como no hay mejor manera de suscitar una estampida en un cine que gritar fuego, nada provoca una estampida mayor en los cenáculos opositores nacionales que el grito de “¡elecciones!”. En minutos la más fogosa de las manifestaciones se deshace en carreras en busca de candidatos, presupuestos, respaldos, alianzas. Así elección tras elección la realidad haya demostrado que, como dijese un experimentado líder político, “en Venezuela se vota, pero no se elige.” Y yo, confesándome culpable, escribiese: “no se trata de tener elecciones para sacar a Chávez. Se trata de sacar a Chávez para tener elecciones”. La sinrazón, decía Einstein, consiste en repetir los mismos errores esperando que los resultados sean aciertos.
Nunca, en 16 años de gobierno y 23 de incuestionado dominio hegemónico, el bloque golpista, caudillesco, cívicomilitarista, izquierdista, castrocomunista o como quiera llamársele se sostuvo sobre bases más precarias, frágiles, política y estructuralmente tan insostenibles como hoy. Asómese al balcón del Poder. Se les pudrió el brujo. El sucesor es un menguado irrecuperablemente perdido, marioneta de los Castro y extranjero de nacimiento. Se le derrumbó el petróleo. Él y sus secuaces se hunden en la más apocalíptica de las crisis económicas. Se vacían las arcas fiscales. El naufragio es titánico. Los venezolanos se mueren de mengua, los bebes de hambre, sed y suciedad. Los enfermos prefieren morirse en sus casas. Y hasta la muerte comienza a convertirse en un lujo. Un anaquel repleto es una ilusión de la memoria.
¿Y qué hacen los intelectuales orgánicos de la oposición oficialista, los pensadores, poetas, guionistas de televisión, dramaturgos, historiadores, cineastas, productores y columnistas que en el bando de los derrotados van sobreviviendo ante el exponencial aumento del descontento, de la desesperación y la angustia de los venezolanos que deambulan como zombies de automercado en automercado con las manos vacías? Primero: que hay que dosificar la indignación. Lo que constituye una bofetada en el rostro de los desesperados. Pues equivale a decirles: esto es absolutamente excrementicio, pero hay que verle el lado positivo: habrá que comérselo. Luego sale otro recomendando aliviar las tensiones. ¿Cómo? ¡Eureka! ¡Adelantando las elecciones! Pues ya no es el amo del burro montándole una zanahoria. Es el burro que la reclama. De Ripley. Believe or not. ¡Aunque Ud. no lo crea!
Quien crea que las crisis se resuelven solas o no se resuelven nunca, se equivoca. El pozo de la estupidez puede ser insondable. Y basta leer la Biblia para ver a pueblos extraviados, vagando desesperados por los arenales de la perdición. Terminando por echare en los abismos. Pregúnteselo a los historiadores de la MUD. Hasta ellos estarán de acuerdo: los pueblos pueden desaparecer en medio de su inopia. Nada como para levantar el ánimo.
Antonio Sánchez García
@sangarccs
sanchezgarciacaracas@gmail.com
*Profesor de Filosofía Contemporánea en la Maestría de Filosofía de la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela.
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