Rodolfo Izaguirre: Drama en el consultorio
15 de diciembre de 2013
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Cuando exponíamos ideas para financiar la revista literaria Sardio (1958-1961), propuse seriamente comprar y curar los odres, llenarlos de manzanilla de Andalucía y venderlos en las inmediaciones del Nuevo Circo en tardes de toros. Mis compañeros me vieron con estupor y desconfianza y luego con la

De hecho, el único aviso que conseguí para la revista fue uno de la gobernación en el que advertía que se suspendían todos los pagos por concepto de publicidad en revistas como la que lo estaba anunciando.
Con el mismo propósito de proteger la salud financiera de nuestra publicación, Rómulo Aranguibel (1933-1980), miembro de su consejo de redacción, poeta y estudiante de Psiquiatría declaró que podía solicitar un aviso a José Luis Vethencourt (1924-2008), su profesor y acreditado psiquiatra en la absoluta seguridad de que, siendo hombre de sólida cultura, no iba a negarse. Salvador Garmendia (1928-2001) pidió acompañarlo porque quería conocer a Vethencourt y yo me agregué por ociosa curiosidad.
Llegamos al consultorio y Rómulo con el aplomo de saberse en territorio conocido preguntó a la secretaria por el doctor Vethencourt. El doctor no estaba, pero la mujer fijó la mirada en Salvador y con voz suave pero firme y sin dejar de mirarlo dijo: El señor viene a la consulta, ¿verdad? No miró a Rómulo; tampoco a mí.
Miró a Garmendia con el ojo de quien conoce las tribulaciones de las almas extraviadas y de los espíritus en zozobra. Y Salvador, visiblemente inquieto, hizo el amago de retroceder como si intentase huir y gritó, más bien, rugió: ¿Yo? Y moviendo los brazos, rechazando cualquier insinuación y negando con la cabeza seguía diciendo: ¡No! ¡No! ¡Yo no! ¡Claro que no! Y la secretaria, acostumbrada a semejantes situaciones y conocedora tal vez de otras más furiosas y encrespadas, adoptó de inmediato un aire persuasivo y conciliador. Se levantó del escritorio, avanzó hacia Salvador a quien veía ya acostado en el diván de José Luis Vethencourt y trató de calmarlo: ¡Tranquilo, serénese! ¡El doctor Vethencourt no tardará en llegar!

Aranguibel y yo nada hicimos en defensa de Salvador. Nos reíamos por dentro y dejamos que la situación siguiera su curso en aquella antesala psiquiátrica en la que nuestro amigo luchaba contra el infortunio porque mientras más negaba no estar allí para ninguna consulta más solícita se mostraba la secretaria, lo que acrecentaba la angustia del presunto paciente y se reafirmaba en ella su disposición a dominar los ramalazos de terror que zarandeaban al futuro autor de Memorias de Altagracia.


Rodolfo Izaguirre
Escritor y Crítico de Cine
izaguirreblanco@gmail.com
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