Obama, Raúl Castro y Sudáfrica, tema de Carlos Alberto Montaner
14 de diciembre de 2013
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Granma no reprodujo el discurso de Barack Obama en Sudáfrica. Era humillante para Raúl Castro.


Para entender a Cuba es razonable acercarse a Sudáfrica. Hay muchas similitudes entre el desaparecido apartheid y la dictadura de los Castro. Los dos sistemas se erigieron sobre disparatadas teorías que conducían al atropello y el autoritarismo.

La dictadura cubana, a su vez, se sustenta en las supersticiones del marxismo-leninismo. Los comunistas tienen el privilegio exclusivo de organizar la convivencia cubana. Lo dice, incluso, la Constitución. Los ampara la certeza de la superioridad “científica”. No puede haber otras voces, porque ellos, a través del Partido, son la vanguardia del proletariado, esa clase sobre la que se articula, no se sabe por qué, el devenir de la historia.
Aquella infame Sudáfrica, felizmente desaparecida, estaba básicamente dividida en dos castas raciales: de una parte los blancos, con todos los derechos y privilegios, y de la otra los negros y mestizos, súbditos de segunda categoría (ni siquiera eran ciudadanos).

Los defensores de la segregación racial y del apartheid sudafricano legislaron sobre los sentimientos de las personas. No se podía amar a una persona de otra raza. No se podía tener relaciones sexuales con ella. No era posible el matrimonio interracial. Ni siquiera las caricias y los besos.

Frente al horror del apartheid, numerosos países comenzaron a presionar para producir un cambio de régimen. Había que hacerlo. Era lo decente: acabar con esa viscosa bazofia y sustituirla pacíficamente por un sistema plural basado en el consenso, la democracia y la igualdad ante la ley. Para lograrlo se produjo un embargo económico auspiciado por la ONU.
Ante ese acoso internacional, el gobierno blanco de Pretoria puso el grito en el cielo e invocó sus leyes y su constitución peculiares. Decía ejercer su derecho soberano a la autodeterminación, pero no le hicieron caso. Por encima de esa vil coartada “nacionalista” estaba la decencia: no se podía maltratar impunemente a la población negra, como si estuviera compuesta por animales.

Eso es lo coherente. Contribuir a que ese pueblo se libere, como sucedió en Sudáfrica. Supongo que, según Obama, esa es la mejor manera de honrar a Mandela.

Carlos Alberto Montaner
*Periodista y escritor
Vicepresidente de la Internacional Liberal
@CarlosAMontaner
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