Jesús Lillo: El ataque es la mejor defensa
10 de diciembre de 2019
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Los denominados colectivos vecinales organizaron ayer (8/12/2019) una matiné frente al centro de menores extranjeros de Hortaleza, al otro lado de la tapia por la que arrojaron la granada de mano que no hizo explosión. Además de algunos empadronados en el distrito, acudieron Isa Serra, de Unidas Podemos; Nacho Murgui, de Más Madrid, representantes de Socialismo Libertario y de la Asamblea Antirracista y un portavoz de Ciudadanos, que pasaba por allí mientras brujuleaba en busca del centro. No fue ningún Bardem, pero el catálogo de proclamas fue muy similar al de la marcha climática del pasado viernes, estructurado alrededor de la palabra fascismo, ayer coreada sin el eco que proporciona un paseo de la Castellana de cabalgata y batucada. Sin Greta no hay paraíso, ni multitudes.
La defensa de una causa justa -la integración de los menores inmigrantes- volvió a convertirse en excusa para el contraataque político, estrategia de juego callejero y engorde ideológico que acentúa no ya la división, sino la polarización hacia los extremos de una opinión pública tentada por el rechazo frontal, a lo que sea, que cultivan los actores de la nueva política. Con el bipartidismo esto no pasaba.
El asesinato en 1992 de la dominicana Lucrecia Pérez se saldó con el rechazo unánime y consensuado, muy transicional, de las fuerzas políticas, que aprobaron por unanimidad una solemne declaración de condena en el Congreso de los Diputados. Trituradas por el populismo, las Cortes son hoy el espacio de desencuentro de unas formaciones que han hecho de la diferencia algo más que su legítima seña de identidad. La reactividad sustituye al sentido común en un proceso que, como el del huevo y la gallina, termina en pollo. Que los derechos de la mujer, la integración de los extranjeros o la defensa del medio ambiente se hayan convertido en argumentos de una guerra sin cuartel -unos gritan «fascistas» y desde el otro lado hablan de «cloacas» y conspiraciones- revela la calidad democrática del debate que nos entretiene y distrae, a la medida emocional de un gran público que, viciado por el sensacionalismo y de entendederas cada vez más limitadas, difícilmente podrá o querrá entrar en discusiones que no se asemejen a un videojuego de acción.
Jesús Lillo
Periodista español, redactor del diario ABC
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