Gabriel Albiac titula: Viajero inmóvil
9 de septiembre de 2013
Compartir el post "Gabriel Albiac titula: Viajero inmóvil"
No fue feliz: ¿a qué le viene al viajero evocar ahora vagos endecasílabos de Borges, en voz baja, frente al crepúsculo minucioso del mar de China? Atrincherado en el artificio, tan convencional, de un paréntesis en lo real ya a punto de cerrarse: es la huida indolente de todos los veranos, la resignada certeza también de aquel que sabe -y él sabe que no puede no saberlo- cómo no hay lugar ya en el cual siga siendo verosímil huir de nada.

Ante los ojos de cualquier muchacho, no hay paisaje que no sea recuerdo, cosa vista; y en esa condición de cosa vista, naturaleza muerta. Cosa vista, a la cual el filtro estéril de la pantalla depuró del milagro -y del alto riesgo- que palpita en aquello a lo cual los griegos llamaban asombro, sorpresa, maravilla, thauma, y en cuya bofetada paradójica viera Aristóteles el origen del pensar: una ansiedad cegadora, ya exigida por el duro aforismo de aquel maestro que, dos generaciones antes de él, había acuñado el sustantivo filósofo: «Quien no espera lo inesperable no lo descubrirá, pues imposible es de buscar cómo es y sin vía cierta».


Recuerda el hombre, frente al tornasol último del mar que duerme ante sus ojos que narcotiza el mismo -el siempre distinto- mar de todos los veranos, cómo no hay eco de lamento en esa acotación de los endecasílabos de Borges que rondaban por su cabeza hace un momento. El bonaerense dice no haber sido feliz. Y que eso no le importa. Y su felicidad está en saberlo. Y en saber que no hay otra dicha impecable que no esté en la definitiva serenidad de ese saber que ser feliz no es más que engaño: necesario, seguramente.

La luz se ha deshojado en una geometría fría de planos violetas, dorados, ocres. Avanzará enseguida, inexorable, al negro. Un amable desdén, en el cual no hay rencor ni tampoco añoranza -porque eso son enfermedades de jóvenes-, envuelve al hombre. Es un indolente desdén de sí, del mundo, de cuanto soñó un día imprescindible, de cuanto sabe hoy no verá nunca en la única manera en que deben ser de verdad vistas las cosas: por vez primera y sin anuncio. Y ese desdén cortés está asentado resignadamente sobre el solar estéril de las viejas leyendas que hablaban de otro mundo, que prometían la claridad de un mundo diferente. Tal vez sea sólo por no olvidar jamás que eso es mentira por lo que emprende, cada verano, el gesto inútil de probarlo. Finge partir en busca de horizontes visualmente ignotos, sucedáneo inofensivo de aquella legendaria espera de hombre y mundo nuevos que fueron sueño y pesadilla de otro tiempo. No los halla. Igual que entonces. Pero, esta vez, sin riesgo. Todo, siempre, es lo mismo. Pero, en el curso del tiempo, algo ha aprendido: a saber que ese saber no hallarlos es lo único que lo libera de ser un perfecto imbécil. No hay otra maravilla más primordial que ésta.

Sobre el paseo marítimo, en las mesas de al lado, idénticos en apariencia a él, exhiben los turistas su contento: todo se les ha ajustado maravillosamente al prodigio que relataba el folleto informativo del viaje contratado; todo se les ha ajustado maravillosamente al álbum de bonitas fotografías que les brindó el i-Pad meses antes de salir de casa. Lo reconocen todo. Qué bien que el mundo esté, a fin de cuentas, tan bien hecho. Qué bien que pueda ser tan previsible. Y que el consuelo del low-cost acabe por salvarnos del silencio en aquella diabólica habitación en penumbra del angélico Blaise Pascal: «He descubierto que toda la desdicha de los hombres proviene de una sola cosa, que es no saber permanecer inmóviles en una habitación», a oscuras y en silencio. Debiera haber pedido un dry-martini. «Revuelto, no agitado». Como todos. Pero es que a él el alcohol le levanta enseguida un muy desagradable dolor tras de los ojos.
El sol es sólo ya un punto candente. Punta de alfiler apenas, que perfora el violeta turbio a punto de naufragar en negro, náufrago en el espejo ónice del mar de China. Cierra los ojos. Se viaja sólo para huir del viaje.

Gabriel Albiac
Catedrático de Filosofía Universidad Complutense de Madrid
Compartir el post "Gabriel Albiac titula: Viajero inmóvil"



