Una entrevista con el pasado

9 de mayo de 2017

El pasado





I
talo Calvino escribió que cada vida es una enciclopedia, una biblioteca. He recordado esta idea a menudo cuando el oficio me puso a las puertas de una entrevista. Con el mismo temblor con que hace treinta años me disponía a conversar con un desconocido, de quien tenía apenas indicios que me habían llegado con un libro o una película, tomo fuerzas para asomarme a esa vida con la curiosidad (con el temor) con que me hubiese aventurado a recorrer la biblioteca de Alejandría.

Puesto a investigar el género de la entrevista, que cultivé en estos últimos tiempos con mucha mayor frecuencia que en los primeros años de la profesión, me pregunté qué razón llevaría a cultivar esa ardua disciplina a alguien que durante una buena parte de su vida ha sido renuente a la conversación. No conseguí una respuesta satisfactoria, pero sí algunos indicios. Uno de ellos es una medida de mi egoísmo. En la reconstrucción de una biografía, suelo comenzar por el principio: la infancia. No es un alarde de imaginación, pero sigo creyendo que en esos primeros años está la verdad de una vida: es una brasa tibia que se enciende apenas agitamos una mano sobre ella. Indago en la niñez de las personas a las que entrevisto en la esperanza de vislumbrar en ese espejo rastros de mi propia infancia. Todavía recuerdo la impresión que me provocó, en la penumbra de una sala de cine, el momento de El ciudadano en que el magnate de la prensa imaginado por Orson Welles, mientras agoniza, murmura una última palabra: Rosebud. Es el nombre del trineo con el que jugaba en su niñez.

Dos de esos textos resultan particularmente memorables: las entrevistas con Miles Davis y Marlon Brando. Después de no prestar declaraciones a la prensa durante veinticinco años, Brando invitó al periodista Lawrence Grobel, autor de las Conversaciones íntimas con Truman Capote, a que compartiera con él diez días en Tetiaroa, la isla en la que se refugiaba del asedio de los medios y los fanáticos. La entrevista terminó siendo un libro. En esas fabulosas reconstrucciones de la vida íntima de dos artistas monumentales -verdaderas enciclopedias- puede leerse lo mejor del periodismo de la segunda mitad del siglo pasado.

El entrevistador debe afrontar esa tarea con ciertas dificultades particulares de su oficio. La primera es que toda entrevista, aun cuando los protagonistas se entreguen a ese intercambio con sinceridad, es una simulación. Se trata de dos personas que conversan sabiendo que otros (la audiencia) los escucharán en ese momento o después. Reproducen rasgos de carácter de una época (los modos en que se manifiestan hoy el dolor o la alegría, los usos del lenguaje, la gestualidad) y se presentan en escena para agradar a los otros y ser reconocidos -sobre todos los artistas y los deportistas- por su heroicidad. La verdad es remisa; asistimos al despliegue de la veracidad o la verosimilitud.

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