Propaganda personal… Titula hoy Jesús Peñalver
7 de septiembre de 2014
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Cada “obra” de gobierno, en cualquiera de sus instancias de ejecución: nacional, estadal o municipal, lleva una carga publicitaria que es una grosería; hay obras que no se han cumplido y tienen hasta tres vallas.
Patético lo que vemos a diario en todo lo ancho y largo del país, y particularmente en el Oriente. Los carros (ambulancias, autobuses, camionetas, entre otros elementos) las oficinas públicas, la ropa (rojos rojitos visten a los empleados) y hasta la Guacamaya de aquella Copa América la pintaron casi toda colorada.
En Maturín, por ejemplo, calles, aceras y plazas pintadas del consabido rojo es otro ejemplo esclarecedor. Y ni hablar de los chillones colores que hoy exhibe el Nuevo Circo, o Viejo Circo caraqueño como lo llamó el Maestro Billo Frómeta. ¿Eso será normal en otros países? Pensamos que no, y como sustento de nuestro aserto basta citar el caso del derribamiento de un árbol en París, o el cambio de la pintura de una plaza de Viena o Berlín, para cuya ejecución se solicitó la opinión de la comunidad.
Y más recientemente, la consulta popular celebrada en Aracataca, Colombia, acerca de si le cambiaban el nombre por el de Macondo. El resultado fue negativo, por tanto digno, digo yo. Eso, señores -qué duda cabe- es orden, no bochinche, ni pan y circo.
En cuanto a los gastos dispendiosos, creemos que buena parte de esos ingentes recursos económicos de la abusiva publicidad oficial o personal de cada funcionario, que se gastan en una suerte de promoción permanente de ellos mismos, más que de la obra de gobierno, debería destinarse a cubrir las necesidades de la población, y al propio tiempo, debe cumplirse la normativa vigente que rige este tipo de erogaciones de fondos públicos en que incurre el funcionario, a saber: Ley contra la corrupción, de la Contraloría General de la República, de la Administración Financiera del Sector Público, entre otras.
Y nos atreveríamos a aconsejar la necesidad y conveniencia de regular, aún más severamente, estos gastos que a la vista saltan como si se tratasen de pregón o anuncios constantes de promoción de los funcionarios que allí salen fotografiados, por lo regular al lado del señor muerto expresidente de la República, o del que ahora está cuestionadamente aposentado en Miraflores.
Incluso, algunos de esos funcionarios se han atrevido a proclamarse como “patrimonios” de tal o cual entidad federal, y a otros hasta oraciones dedican en herética vulgaridad.
A aquellos que son incapaces de librarse del autoelogio, habría que recordarles que el espíritu y definición de la Conferencia Mundial de la UNESCO de 1982 establece “…que el patrimonio de un pueblo comprende las obras de sus artistas, arquitectos, músicos, escritores y sabios”. Vista esa afirmación del organismo especializado de la ONU, no sé si quedarán ganas de seguirse promocionando como patrimonio de algo o de alguien, por mero individualismo o cicatería.
Si ese dinero en lugar de utilizarse en la aludida grosera propaganda oficial, se destinara a la atención de otras necesidades sensibles del pueblo: alimentación, vivienda, seguridad, salud, transporte público… medicina, señores lectores, medicinas.
Se trata de la noción de país donde imperen el orden social, la estabilidad económica, la moral y ética ciudadanas y del funcionariado, la honestidad en el manejo del tesoro público, entre otros valores y principios, más allá del afán de protagonismo, del egoísmo vil, y desde luego, del culto a la personalidad.
Venezuela no puede seguir siendo un calorón ni una tierra poblada. Y menos aún “un mientras tanto o porsiacaso”, como sostenía el maestro Cabrujas.
No nos devolvamos a etapas pretéritas como la de los caudillos del Siglo XIX, por el contrario, construyamos la Venezuela posible, pero con ciudadanos de primera, no de cuarta ni de quinta categoría.
Jesús Peñalver es abogado
Columnista de Opinión
penalver15@gmail.com / @jpenalver
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