¿Arde Madrid? pregunta Gabriel Albiac
5 de junio de 2020
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Soy hombre de ciudades. Más que de patrias. Puede que eso me venga de la fascinación por los viejos griegos. En la ciudad, en su ciudad, vivía un ateniense la plena identidad de lo que él era. Y esa identidad era tan inviolable como para hacer que el Sócrates del Critón platónico juzgara menos malo perder la vida allí que preservarla en un universo ajeno, el de otra ciudad, una ciudad de exilio en la cual no sabría ya reconocerse, ni en palabras, ni en usos, ni en símbolos. ¿De qué podría él conversar con hombres de otras ciudades, aun en el caso óptimo de que hablasen su mismo idioma? A esa pregunta, que las propias leyes le formulan en el curso del sueño que sigue a su tentación de fuga, Sócrates sabe que no hay respuesta. Con la ciudad, es la lengua convenida lo que uno pierde: sus supuestos, su estética, sus afectos. Sus creencias también. Lengua y ley, y ciudad, y ciudadano son lo mismo.
Tengo que reflexionar cuando alguien me pregunta por mi nación: es para mí un dato adquirido, al cual me ajusto. No hay reflexión alguna si la pregunta es por mi ciudad: Madrid. Madrid y un tal Gabriel Albiac operan en mi mente como la misma cosa.
El maltrato, así, que el Gobierno ha infligido a la nación durante estos meses me hiere, por supuesto. Y pongo toda mi esperanza en que los jueces hagan pagar penalmente a quienes, a partir de aquel malhadado 8 de marzo en el cual «no mataba el coronavirus sino que mataba el machismo», se hicieron responsables de miles de muertes que, según todos los estudios epidemiológicos, podrían haber sido evitadas con sólo adelantar la reclusión una semana. Pero, cuando veo el castigo infligido por Sánchez e Iglesias a la ciudad de Madrid, confieso que mi enfado va bastante más allá del análisis frío.
Sánchez e Iglesias han triturado la ciudad que amo. No tengo la menor intención de perdonar eso. Ni siquiera de dejarlo desleírse en el olvido. Me viene impuesto como un imperativo moral tenerlo siempre presente: Madrid fue masacrada a cambio del puñado de votos de aquellas que poseían el privilegio de ser consideradas clientela privilegiada de sanchismo y populismo; Madrid siguió siendo castigada, después, dictando alargar el confinamiento para provocar una deliberada ruina económica irreversible, sencillamente porque no está gobernada ni por Iglesias ni por Sánchez. Y porque Iglesias y Sánchez prefieren un Madrid en la miseria pero en manos suyas, antes que un Madrid rico y libre en manos de cualquier otro.
Madrid fue ya destrozada, en años precedentes, por la tenebrosa distopía de la minoritaria banda de Carmena y sus becarios: de una ciudad estupenda supieron hacer un impecable basurero. A velocidad vertiginosa. Estaba comenzando a levantar cabeza, cuando Sánchez lanzó contra la ciudad su ofensiva del 8-M. Viene ahora el segundo asalto, el económico. No tiene ni pies ni cabeza, desde el punto de vista epidemiológico, que el trato de la capital esté siendo el de un castigo sin comparación posible con lo hecho en el resto de España. Bien es cierto que aquí, en Madrid, temen Iglesias y Sánchez la emergencia de los dos políticos con mejor imagen de la oposición: Ayuso y Almeida. Es motivo suficiente para la banda populista. Son las reglas de su lógica: de Madrid no debe quedar ni ceniza. Entre ruinas germina mejor la utopía totalitaria.
Y si te avinieras a huir de tu Atenas, Sócrates, ¿qué serías tú? Y Sócrates responde: nada, no sería absolutamente nada. Y para este que escribe, su Madrid es lo mismo.Gacriel Albiac, catedrático de Filosofía de la Complutense. Ha obtenido los premios González Ruano, Samuel Toledano y Nacional de Ensayo. Su último libro es «Blues de invierno»
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