Dario Mizrahi: Por qué la corrupción importa sólo cuando la economía cae
2 de noviembre de 2015
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El Informe 1995-2015 de Latinobarómetro muestra que, en los momentos de crisis, la preocupación crece. Pero cuando vuelve la bonanza, ésta desaparece sin que se produzcan cambios
Entre 1995 y 2002 la proporción de latinoamericanos que consideraban a la corrupción como el principal problema de sus países trepó de 7 a 11 por ciento. Desde entonces cayó a menos de la mitad hasta 2006, cuando descendió al 5 por ciento.
En 2007 se interrumpió la tendencia y subió a 10%, pero luego volvió a la senda bajista, alcanzando entre 2008 y 2010 el mínimo en estos 20 años: 3 por ciento. A partir de 2011 empezó nuevamente a crecer la preocupación y llegó a 7% en la última medición, en 2015.
El Informe 1995-2015 de Latinobarómetro también pregunta a los ciudadanos de la región si se enteraron de algún acto de corrupción en los últimos 12 meses. Las respuestas siguieron un recorrido muy similar al anterior: el peor momento fue el bienio 2001-2002, cuando el 27% de los consultados respondía que sí. Desde ese momento hubo una baja sostenida -sólo parcialmente interrumpida en 2007- hasta 2010, año en el que se alcanzó el mínimo, 11 por ciento. En los últimos cuatro años creció nuevamente la percepción, que subió a 26% en 2011 y que se ubicó en 21% en 2015.
El estudio sondea adicionalmente la opinión sobre las políticas públicas impulsadas por el Estado para combatir este problema. Nuevamente, el decurso fue bastante parecido. En este caso, la medición comenzó en 2004, con un piso de 26% de personas que consideraban que se había avanzado en ese sentido. Esta proporción creció consistentemente hasta 2009, cuando tocó su techo, 39 por ciento. Hacia 2015 volvió a descender y cerró el período en 33 por ciento.
Los tres indicadores tuvieron una evolución que se podría esquematizar en tres momentos. El primero, ubicado según cada caso entre 2001 y 2004, de mucha preocupación por la corrupción. El segundo, que se extendió hasta 2009 o 2010, marcado por un descenso claro en la percepción de este fenómeno. Y el tercero, situado en el último lustro, en el que el tema recuperó importancia, con una mirada más crítica y pesimista por parte de la ciudadanía.
Esos tres momentos coinciden con los ciclos económicos que atravesó América Latina en las últimas décadas. El PIB de la región experimentó una fenomenal caída desde fines de los 90 hasta 2002, cuando tocó su piso en el período, con una contracción de 2,3 por ciento. La segunda etapa, de una fuerte expansión económica, llegó a su pico en 2010, cuando el PIB creció 6,1% en relación al año anterior. Y el último quinquenio fue de un claro retroceso: según las previsiones de la CEPAL, el producto terminaría en 2015 con apenas 0,5% de incremento.
La correlación es evidente. En los dos momentos en los que la economía retrocedió y tuvo inconvenientes, creció la preocupación por la corrupción. Pero en la etapa en la que hubo bonanza el tema perdió importancia y los ciudadanos pasaron a evaluar más positivamente las acciones de los gobiernos.
Una cultura egoísta
«Si la gente se siente directamente afectada en sus ingresos y en la calidad de vida, y ve que otros lucran con los recursos públicos o en el sector privado a costa de los intereses comunes, la preocupación por la corrupción crece. El ciudadano se sensibiliza en el momento en que se ve afectado. Si no, no se queja ni le presta atención», explicó a Infobae la abogada colombiana Dilia Paola Gómez Patiño, directora de la línea de investigación sobre Seguridad del grupo de Derecho Público de la Universidad Militar Nueva Granada.
«Es una cultura de algún modo egoísta. Generamos resistencia cuando estamos mal. Sólo entonces, al notar que las condiciones de vida desmejoran, nos preocupamos y nos volvemos más conscientes. Cuando las cosas van bien no significa que no se cometan actos de corrupción, sino que la gente está contenta y entonces no siente necesidad de protestar», agregó.
Lo grave de esta actitud generalizada es que se hunde en el corto plazo. No puede ser sostenible en el tiempo una bonanza que se alza sobre pilares corruptos.
«Lo preocupante de esos períodos es que nos acostumbramos a un estado ficticio que realmente no existe. Así no se logran soluciones de fondo. Tiene que haber un fortalecimiento ciudadano e institucional, que genere una conciencia persistente en contra de la corrupción», concluyó Gómez Patiño.
Dario Mizrahi
Periodista en Infobae. Sociólogo
dmizrahi@infobae.com
@dariomizrahi
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