Gabriel Albiac: Los sentimentales
1 de septiembre de 2014
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«El enemigo» anota W. H. Auden «era y sigue siendo el político, es decir, la persona que quiere organizar la vida a los demás». Es la visión de un poeta mayor. También, en 1939, es balance estoico del testigo que surca un tiempo de poderes herméticos. «Mi sentimiento más profundo hacia los políticos» concluye «es que son locos peligrosos, a lo que hay que evitar todo lo posible». Un hombre libre abomina de los políticos. De todos. Sin excepción. Su libertad va en ello.
1791. En vísperas del huracán terrorista, Nicolas de Condorcet, aristócrata e insurrecto, da a la imprenta la escueta hoja volandera en la cual un apócrifo «joven mecánico» se ofrece para acabar con el peor de los males. Y planifica esta criatura prodigiosa: un autómata-rey; exento, pues es máquina, de pasión; puro algoritmo. Promete tener montado en quince días ese impávido reloj del poder, que «irá a misa, sabrá arrodillarse, celebrará la pascua, conversará tan bien como cualquier otro con sus altos oficiales, sancionará los decretos, firmará las órdenes que le presenten sus ministros».
Al cabo, el proyecto del «joven mecánico» es extensible a todos los engranajes del Estado: y el lector, hoy, adivina que cada uno de esos diputados, chambelanes, consejeros, ministros , dará en ser un similar autómata, armónico con el primero. Todos igual de exentos que él de sentimentalidad. O sea, puros ordenadores algebraicos. Máquinas que calculan sin error y que ni son venales ni se pliegan a pasiones. Porque nada desean. Y no están sometidas al axioma aristotélico: «vivir es corromperse». Tres años más tarde, Condorcet, el más sutil espíritu de la revolución, amanecía muerto en el calabozo del cual no pudo librarlo su desesperada huida. Y algunos, al cabo de dos siglos, seguimos añorando la belleza de su hallazgo: el Estado-autómata. Exento de perversidad humana. Exento de políticos.
2014. Un arrebato de ingenuidad benevolente bien pudiera movernos a soñar que el tiempo arcaico de los hombres políticos que para nada sirven hubiera caducado. Y es al revés, ya lo siento. Hoy, a la espera del fatal colapso territorial como económico de la nación, lejos de ir extinguiéndose, la especie de los políticos prolifera como una célula cancerosa.
Y, por si no tuviéramos bastante con lo que había, un enjambre de retóricos populistas multiplica exponencialmente el hastío de escuchar, en voces jóvenes, la sentimental cantilena de los Perón, Castro, Chávez, Le Pen o, en la fuente, Mussolini. Amalgamado todo bajo interfaz 3.0 y modernísimo: versión apocalíptica o versión aldeano-nacionalista. Religiones seculares: náusea. En tam-tam de facebooks, twitters, whatsappes
: lo inmediatamente inmediato, aquello que no se da un segundo de distancia reflexiva. Inteligencia y distancia son lo mismo: en lo inmediato no hay concepto. Ni verdad, pues. Senti-miento, sí. Esto es, mentira.
Retorna el populismo: la política sentimental. Lo bobo. Y yo añoro la máquina de Condorcet. Que no miente. Y tan bella.
Gabriel Albiac
Catedrático de Filosofía Universidad Complutense de Madrid
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